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sábado, abril 27, 2013

Alberto Salcedo Ramos: “La crónica le pone rostro y alma a las noticias”

El 2008, Alberto Salcedo Ramos, llegó a La Paz para impartir un taller de crónica. Durante una semana aproximadamente, un grupo de periodistas pudimos compartir con él enseñanzas que fueron claves para muchos de nosotros. Hoy, que Alberto Salcedo Ramos ha sido elegido ganador del premio Ortega y Gasset que otorga el periódico El País de España en la categoría de periodismo, por su reportaje "La travesía de Wikdi”, se hace aún más evidente que el talento se cultiva con los años y que el verdadero cronista es aquel que ve más allá de lo evidente, y que tiene una sensibilidad especial, una forma de encarar su trabajo que se traduce en una forma de vida.

Sencillo, jovial, honesto, Alberto Salcedo Ramos accedió, dentro de su apretada agenda, a contestar esta entrevista con OH!, para contarnos cómo recibe este premio y cuáles deben ser las reglas de oro de un buen cronista.

OH!: ¿Cómo encuentra un cronista una historia? ¿Cuáles son las pistas de que se está detrás de una gran historia?

Los buenos temas están en la prensa o en las voces de la gente de la calle. Hay que aguzar los sentidos para encontrarlos. El escritor húngaro Stephen Vizinzcey dice: ´todo aquello en lo que no pueda dejar de pensar, es mi tema’”.

OH!: ¿Cuál es el valor de la crónica frente a la noticia de coyuntura?

La noticia es la materia prima del periodismo, pero se envejece pronto. La crónica vale como información para el momento y como memoria para el futuro. La crónica le pone rostro y alma a las noticias.

OH!: ¿Cómo es que conoce al niño protagonista de tu historia?

Gracias a una muchacha que hacía producción en la revista SoHo. Queríamos contar la historia de un niño que invirtiera mucho tiempo trasladándose hacia la escuela. Entonces el Ministerio de Educación nos envió una lista de diez colegios pobres ubicados en lugares remotos de Colombia, en los cuales sucedía eso. Yo vi la lista y, por pura intuición, escogí ir a Chocó, que es el departamento más pobre del país. Así encontramos a Wikdi.

OH!: ¿Cómo presentaría a Alberto Salcedo Ramos?

Hemingway decía que la distancia entre el toro y el torero es inversamente proporcional al dinero que el torero tiene en el banco. Pues, bien: yo no tengo ninguna fortuna en el banco, así que sigo acercándome sin miedo a los cuernos del toro. Mi forma de entender el periodismo es acercándome adonde tengo que acercarme, y hacerlo a pie, como lo aconsejaron los grandes maestros del oficio.

OH!: ¿Considera que un cronista nace o se hace?

Por su bien, más le vale que se haga, no que nazca, y que se haga en el barro de la noticia.

OH!: ¿Qué no le puede faltar a un buen cronista?

Un buen trabajo de campo.

OH!: ¿Cuál es la importancia que le da a este nuevo premio?

Es una distinción importantísima. Me puse realmente muy contento.

OH!: Al estar en Bolivia, ¿qué impresión se llevó del periodismo que se hace acá?

Dicté un taller de crónica en el año 2008. Desde entonces mantengo relaciones muy cálidas con varios colegas de tu país. Conocí periodistas esmerados, serios. De pronto sentí que el periodismo narrativo no es allá una tradición arraigada, pero quizá se desarrolle más adelante. En todo caso, yo creo que cada quien hace el periodismo que siente, y a través de eso ayuda a construir una mejor sociedad.

OH!: ¿Cuál es el peor error que puede cometer un cronista?

Creer que la crónica es un género para escribir bonito.


LA TRAVESÍA DE WIKDI

• Por Alberto Salcedo Ramos

En la áspera trocha de ocho kilómetros que separa a Wikdi de su escuela se han desnucado decenas de burros. Allí, además, los paramilitares han torturado y asesinado a muchas personas. Sin embargo, Wikdi no se detiene a pensar en lo peligrosa que es esa senda atestada de piedras, barro seco y maleza. Si lo hiciera, se moriría de susto y no podría estudiar. En la caminata de ida y vuelta entre su rancho, localizado en el resguardo indígena de Arquía, y su colegio, ubicado en el municipio de Unguía, emplea cinco horas diarias. Así que siempre afronta la travesía con el mismo aspecto tranquilo que exhibe ahora, mientras cierra la corredera de su morral.

Son las 4:35 de la mañana. En enero la temperatura suele ser de extremos en esta zona del Darién chocoano: ardiente durante el día y gélida durante la madrugada. Wikdi —trece años, cuerpo menudo— tirita de frío. Hace un instante le dijo a Prisciliano, su padre, que prefiere bañarse de noche. En este momento ambos especulan sobre lo helado que debe de haber amanecido el río Arquía.

—Menos mal que nos bañamos anoche —dice el padre.

—Esta noche volvemos al río —contesta el hijo.

Diagonal adonde ellos se encuentran, un perro se acerca al fogón de leña emplazado en el suelo de tierra. Arquea el lomo contra uno de los ladrillos del brasero, y allí se queda recostado absorbiendo el calor. Prisciliano le pregunta a su hijo si guardó el cuaderno de geografía en el morral. El niño asiente con la cabeza, dice que ya se sabe de memoria la ubicación de América. El padre mira su reloj y se dirige a mí.

—Cinco menos veinte —dice.

Luego agrega que Wikdi ya debería ir andando hacia el colegio. Lo que pasa, explica, es que en esta época clarea casi a las seis de la mañana y a él no le gusta que el muchachito transite por ese camino tan anochecido. Hace unos minutos, cuando él y yo éramos los únicos ocupantes despiertos del rancho, Prisciliano me contó que el nacimiento de Wikdi, el mayor de sus cinco hijos, sucedió en una madrugada tan oscura como esta. Fue el 13 de mayo de 1998. A Ana Cecilia, su mujer, le sobrevinieron los dolores de parto un poco antes de las tres de la mañana. Así que él, fiel a un antiguo precepto de su etnia, corrió a avisarles a los padres de ambos. Los cuatro abuelos se plantaron alrededor de la cama, cada uno con un candil encendido entre las manos. Entonces fue como si de repente todos los kunas mayores, muertos o vivos, conocidos o desconocidos, hubieran convertido la noche en día solo para despejarle el horizonte al nuevo miembro de la familia. Por eso Prisciliano cree que a los seres de su raza siempre los recibe la aurora, así el mundo se encuentre sumergido en las tinieblas. Eso sí —concluye con aire reflexivo—: aunque lleven la claridad por dentro arriesgan demasiado cuando se internan por la trocha de Arquía en medio de tamaña negrura…

(La crónica completa está publicada en este enlace http://www.soho.com.co/zona-cronica/articulo/la-travesia-wikdi/25819)

El ganador...

El barranquillero de 50 años se ha destacado como uno de los escritores más prominentes del habla hispana. Sus obras se han traducido a varios idiomas y ha sido merecedor de múltiples galardones, entre ellos el Premio Internacional de Periodismo Rey de España y el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, último que ha recibido en cinco ocasiones. Entre sus obras recientes se destacan “El oro y la oscuridad, la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé” y “La eterna parranda”. Este reciente premio se lo debe a su crónica sobre Wikdi, un niño que vive en Chocó y que debe caminar cinco horas diarias para ir y volver a su escuela. Alberto Salcedo Ramos lo acompañó en un recorrido.

Los Premios Ortega y Gasset, creados en 1984 por el diario El País, reconocen trabajos publicados en medios de comunicación en lengua española. Los ganadores reciben 15.000 euros (19.580 dólares) y una obra del artista Eduardo Chillida.

Otro distinguido con el premio fue el fotoperiodista español de The Associated Press Emilio Morenatti quien ganó en la categoría de periodismo gráfico por una imagen de los disturbios de Barcelona durante la huelga general de marzo del 2012.

En periodismo digital, el premio fue para el español Juan Ramón Robles quien grabó unas cargas policiales en el interior de la estación de ferrocarril de Atocha, en Madrid. El reconocimiento a la trayectoria profesional fue para el periodista español Jesús de la Serna.

El jurado de esta edición estuvo formado por varios periodistas, entre ellos la bloguera cubana Yoani Sánchez. (Semana.com)

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