He llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño”, escribió Joseph Heller, novelista estadounidense para quien la niñez no es una edad, sino un estado de plenitud, de lucidez.
Esto mismo descubrió el actor Charles Chaplin, quien en su infancia no pudo ser más infeliz: con un padre alcohólico, una madre psicótica, hambre y angustia que le sumían en depresiones a sus ocho años de edad. Pero había algo dentro de él que le ayudó a sobreponerse: la alegría de vivir, de poseer eso que se llama “alma de niño” y que, según el actor y director, es la capacidad de encontrar “lo que hay de bueno en todo y todos”.
Mía buscó a los niños que viven dentro de personalidades públicas, adultos todos, para entender cómo se manifiesta dicho estado. Los entrevistados dijeron que no lo han perdido, mientras que vincularon ese conservar la niñez con la capacidad de soñar, de indagar, de preguntarse sobre lo que hay más allá de lo dado, de crear. Y también con el sentido del humor, la confianza en los demás, la inocencia y la virtud de no tomarse demasiado en serio los roles que se imponen en sociedad.
Destacaron también el ambiente: la familia, los amigos, la escuela, como factores que marcaron una niñez que se perfila más cuanto más se madura.
‘Me la pasaba imitando a todo el mundo’
Ramiro Serrano imitaba a todos: a la empleada de la casa, a la abuela y sobre todo a los profesores, muchos de ellos sacerdotes, del colegio San Calixto. Sus compañeros morían de risa cada vez que entraba en acción. A los 12 años, la energía de este paceño se canalizó en la música. En la academia Honner cantaba y actuaba. Hoy, como presentador de una revista televisiva, evita acartonarse. “Yo no me tomo muy en serio el papel, creo que la Tv es un medio de comunicación y entretenimiento. No he perdido mi ser niño y mantengo las ganas de vivir, la alegría... Soy un niño de 41 años”.
‘Bailaba y bailaba frente al televisor’
Terrible, traviesa, inquieta. Así se recuerda Soraya Delfín, presentadora de Tv, en sus años de niñez en Tarija. “Siempre estaba bailando; recuerdo que el Canal 7 ponía antes de su emisión unas barras y música durante 60 minutos. Yo me paraba frente al televisor y bailaba todo el tiempo”. Por lo demás, pensaba que de grande sería médico, policía y ya a los diez años se propuso hacer radio y televisión. “Pese a los momentos difíciles de la vida, a los desengaños, sigo siendo la niña que era: inquieta, juguetona y, sobre todo, no pierdo la fe en los demás. No quiero perderla”.
‘Travieso, pero más serio que una vaca’
Era muy travieso, demasiado”, reconoce el comediante paceño David Santalla. “Una vez quemé el rollo de papel higiénico del baño, porque quería acabar con los microbios”. Lo malo es que olvidó apagar el fuego y se quemó la tapa del inodoro. “Me enteré del desastre cuando mi padre me dio un golpe y mi rostro se hundió en el plato de comida”. Sus travesuras, sin embargo, no hacían presagiar que se convertiría en humorista, “pues era más serio que una vaca”. En todo caso, pronto aprendió a reírse y hacer reír a los demás. Con los amigos del barrio de Miraflores armaba obras. “Una vez, imaginamos un circo y yo fue el pesista, pero cuando alcé un tubo viejo, salió toda la basura de dentro y el público nos echó por cochinos”. Sí, “guardo algo de aquel niño que fui; creo que el que lo pierde está con un pie en el cajón”, sentencia el actor.
‘Hacía música y radionovelas’
El ámbito familiar fue propicio para el juego y la música, dice el compositor Nicolás Suárez, autor de la ópera El compadre y del disco Canciones para niños. “Mi padre nos compró instrumentos musicales y primos y hermanos armábamos conjuntos y tocábamos supuestamente jazz; además de que veíamos actuar a grupos en directo, invitados por mi familia a las celebraciones en casa”. Como en el hogar había carretes de grabación y proyectora, “un medio mágico”, también “grabábamos radionovelas”. Todo ello “está en mí, absolutamente, y me siento más feliz cuando recuerdo con vividez mi infancia. Eso quiere decir, realizar tus sueños”. Y Nicolás lo está haciendo con la música y la composición, “ todo lo cual viene totalmente desde mi niñez; es como volver a soñar”.
‘No estaba quieta, nunca’
Norma Merlo, actriz de teatro y de radio —medio en el que cuenta cuentos—, recuerda que de niña, en su natal Argentina, era tan traviesa que sus compañeras no querían jugar con ella. “Era una marimacho”. Le encantaba participar de las horas cívicas, pero las maestras no la elegían, pese a que se aprendía los papeles, pues de seguro temían una revolución con esta niña. Convertida en artista, ya de joven, migró a Bolivia y se asentó en La Paz, desde donde ha aportado al teatro, al audiovisual y, como trabajadora, a la Cinemateca Boliviana. Quien conoce a Merlo sabe que, aún en sus peores momentos de humor explosivo, es nomás una niña de risa abierta y franca. La niña que tiene dentro es, además, el colmo de la sinceridad. Para bien y para mal.
‘Era curioso y creaba historietas’
Diego Gullco, publicista y creativo, prepara una charla sobre música argentina para niños, que dará en el Espacio Patiño el 26 de abril. Y está metido en el montaje de una obra para chicos basada en canciones de María Elena Walsh (para las 16.00 del 14 de abril). Buenos motivos para saber qué tipo de niño era este bonaerense radicado en La Paz. “Un chico de departamento y muy curioso”. Las historietas “me encantaban, tenía una colección enorme, además de que con unos amigos hicimos una propia sobre tres monstruos: Macábricus, El Sapo y Joseph”. Espera “tener ese niño interior más o menos a mano”, dice y cree que está, “aunque no se note, en mi sentido del humor, y también en la posibilidad de crear cosas; yo no me quedo con lo que está hecho y busco siempre una vuelta más”.
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