Como él mismo preconizó, el humor le ha costado la vida. Stéphane Charbonnier, director de ‹Charlie Hebdo›, se ha convertido en una víctima de la libertad de expresión que tanto defendió en vida. Él, junto con otros tres de los principales dibujantes del semanario satírico, es una de las 12 personas que han fallecido en París tras el tiroteo contra la publicación francesa.
Cuando El MUNDO le entrevistó, el dibujante francés hizo una caricatura de sí mismo en la que escribía: «Hasta la victoria siempre» y «El humor o la muerte». Sin duda, un lema premonitorio de su trágico final, asesinado a balazos por unos hombres armados que han gritado: «Vamos a vengar al profeta».
Charbonnier, alias ‹Charb›, llevaba años en el ojo del huracán, desde que decidió publicar en 2006 unas viñetas de Mahoma que ya le habían costado amenazas al diario danés Jyllands-Posten. Lejos de amedrentarse y pese a las múltiples protestas y amenazas recibidas, ‹Chab› volvió a la carga el pasado otoño con ‹Sharia hebdo›, un número que desató la furia del islam radical.
Desde entonces, vivía con un guardia de seguridad pegado a su solapa, lo que no ha podido evitar su muerte. «Había que elegir entre la libertad de expresión y la de circulación. Yo elegí la primera», explicaba entonces el ilustrador.
Charb creía firmemente en la libertad de expresión y conocía de cerca los enemigos que la acechan: la autocensura, los inversores y los fanáticos: «Hoy hay menos censura que antes, pero la autocensura es más fuerte. Muchos medios no hablan de determinados temas por temor a perder publicidad, a las críticas o a ir a los tribunales. Son los propios medios los que renuncian a la libertad de expresión». Son los números los que tiran reportajes, no la palabra, denunciaba. Según Charb, era la economía la que había «matado la libertad de expresión».
Para el director de ‹Charlie Hebdo›, la línea entre la sátira y la difamación estaba clara. Según aseguraba, el semanario satírico se reía de los militares, de los homosexuales, de Sarkozy y de Hollande, de Mahoma y de Cristo. Pero siempre sin acritud. Y con justicia. «No decidimos ser provocadores, es la mirada de los otros la que marca la diferencia. No hay discriminación. No somos más violentos con Mahoma que con los católicos, pero son unos y no otros los que reaccionan de manera más virulenta», decía.
Ahora, el semanario se ha quedado sin voces para reflejar con humor e ironía la realidad.
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