Prácticamente desde el arribo de la televisión, la radio fue objeto de varias amenazas de “desalojo” del espacio mediático; pero como lo ha probado el tiempo, no solo ha resistido con gracia el embate de las nuevas tecnologías de comunicación, sino que mira hacia el futuro con optimismo.
En el preámbulo del Día Mundial de la Radio (13 de febrero), le presentamos la trayectoria de una de las voces más familiares a los oídos cochabambinos.
EL PRIMER MICRÓFONO
“Jamás pensé ser presentadora de un informativo, locutora, comunicadora social…nunca, nunca”, confiesa María Luisa de la Flor, provocando una duda razonable: ¿cómo llegó entonces a ser miembro de la emisora Centro por más de 51 años?
Nacida en La Paz, el 17 de mayo de 1945, la hija mayor de Olga Noriega y Luis Armando de la Flor creció como una niña vivaz y energética. “Siempre he sido súper inquieta, súper rebelde; pero eso sí, siempre me encantó socializar con la gente”, recuerda María Luisa, quien además demostró una notable aptitud para el canto.
“Estaba en el coro del colegio y ahí conocí a la voz femenina de Los Genios”, comenta, refiriéndose a Alcira Arteaga, quien estudiaba con ella en el Liceo La Paz, y cuya competitiva presencia en actos cívicos avivaba sus deseos de destacar con su melodiosa voz. Con este trajín, de la Flor parecía estar encaminándose hacia una carrera artística, pero como ella misma admite, la vida le tenía preparado un tránsito mucho más inesperado.
“Para mi tiempo, bailar y cantar era casi un pecado”, explica, respecto a la mala reputación que tenían las bailarinas en el conservador entorno en el que María Luisa terminó la secundaria. Temerosa de la reacción de sus padres, la joven renunció al canto y se inscribió en la carrera de Psicología de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), que, a pesar de gustarle mucho, no concluyó debido al nuevo rumbo que tomó su vida. Y es que poco antes de cumplir 19 años, se casó con José Portugal; tras lo cual, el año 1965, se trasladó a Cochabamba, donde su entonces esposo había conseguido un puesto como operador de radio en una joven estación.
“Centro estaba en su segundo año, pero aún así era casi imposible entrar”, indica, sobre las codiciadas posiciones en ese medio de comunicación.
Gracias a su experiencia como secretaria ejecutiva –en La Paz obtuvo un título del Instituto INCOS– María Luisa también fue contratada en la emisora, como secretaria auxiliar. Fue así que Portugal, detectando el potencial de la dulce voz de María Luisa, la invitó a grabar unos textos para la radio, tarea que le ganó aprobación, no solo por su tono, sino la sentida inflexión que imprimía en cada oración.
“Quien me enseñó a leer fue mi padre”, recuerda la radialista, para quien leer la revista Selecciones en voz alta, ante el oído atento de Luis Armando, no solo entrenó su capacidad lectora, sino que estrechó los lazos con su progenitor.
UN INICIO ELECTRIZANTE
Enero de 1966 fue un mes inolvidable para María Luisa, particularmente por el gracioso episodio que marcó el inicio de su carrera en la radiodifusión.
Notando su habilidad para la lectura, José “Pilincho” Oropeza le propuso intervenir de manera más directa en la emisión de Centro; sin estar segura de lo que implicaba, de la Flor aceptó de buena gana, y de un momento a otro apareció en la cabina, con la audiencia esperando escucharla en vivo.
“Lo primero que hice fue hacerme patear con el micrófono... llovió y seguramente toqué un cable y ¡bum!, me choqué contra el vidrio de la cabina”, relata entre risas (tras salir bachiller, de la Flor había manifestado que deseaba dedicarse a algo relacionado con la electricidad... vaya paradoja).
Semejante experiencia podría haber desanimado a cualquiera, pero de la Flor se sobrepuso a la sacudida eléctrica y continuó involucrándose cada vez más en la programación de su querida estación, además de aceptar otros proyectos.
“Como los socios de Centro, José Oropeza y [Antonio] Torrico eran dueños de canal 2, me propusieron ser presentadora de noticias en ese [medio]”, relata María Luisa, sobre su experiencia televisiva, que se extendió por casi seis años, desde principios de los 90’s, pero que no le impidió seguir contribuyendo a la producción radial en Centro, a través de jingles y programas como “Tijereteando” y “La familia dislocada”.
Otra grata memoria para María Luisa se remonta a la década de los 80’s, cuando, junto a colegas como Héctor Trigo y Aida Dorado, gracias a una iniciativa de Adolfo Mier Rivas, pudo hacer teatro; vivencia que la locutora recomienda a todos los comunicadores.
Los frutos de ese activo periodo siguen visibles en cada entonación de sus cuerdas vocales. “Gracias a Dios, Él me conserva la voz, las ganas de seguir viviendo y de comunicarme con la gente”, afirma María Luisa, con la misma energía que, desde el principio hasta ahora, le ha permitido distinguirse entre voces tan memorables y notoriamente masculinas, como las de Antonio Torrico, Milivoy Eterovic, Adolfo Mier Rivas, José Nogales y el mismo “Pilincho”.
“Fue un desafío; todas las mujeres, especialmente, tenemos un gran desafío, siempre”, reflexiona, recordando comentarios como “no, no sirve para grabar, su voz no sirve para locución”.
“Para qué me dirían eso”, agrega, con una sonrisa pícara. Como empujada por un resorte, de la Flor se hizo una promesa: “yo voy a poder”; hoy, tras casi 51 años de carrera como locutora, ¿quién podría decir que no lo logró?
Familia
María Luisa fue bendecida con buenos hijos, Rino y Joanne, quienes, a su vez, le dieron seis nietos y un bisnieto. “Como mamá, me duele porque los he dejado mucho tiempo solos”, lamenta, sobre las horas cívicas a las que no pudo asistir por estar en la radio. Probando que calidad es mejor que cantidad, aun sin estar siempre, los formó sólidamente.
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