Fue el día negro de Álvaro Valero, reportero gráfico de El Diario y quien hace sus primeras armas en esta profesión. Un desalmado le rompió la máquina, el otro le sacó el celular del bolsillo, el tercero le quitó el maletín con los accesorios de la máquina, una mujer le araño el rostro y, como si fuese poco, un violentó lo agarró por el cuello.
En nombre del reclamo justo, algunos violentos que se encontraban en el grupo de personas con capacidad diferente se ensañaron con quien nada tenía que ver en el tema. El reportero solo buscaba las fotos del día violento que enfrentó a los hombres de la caravana, que llevaban 100 días de marcha, y los policías, quienes al final devolvieron golpe por golpe, utilizaron gas pimienta y apelaron a la fuerza para imponer supremacía.
Valero, muy afectado por lo que le había sucedido, con el rostro tumefacto y las huellas de los rasguños recibidos en el rostro, se mantuvo sereno, como pocos muchachos de 20 años pueden hacerlo, y contó su odisea en la mesa de redacción, porque la noche del jueves se sintió más solo que nunca.
Identificó al hombre de vestimenta celeste y marrón con guantes como uno de sus agresores, aquél que ataca por la espalda, que golpea desprevenido y descarga su instinto animal contra quien se ganaba el pan del día. Se aferró en ese momento a su cámara, pues es su instrumento de trabajo, pero alguien le partió uno de los lentes.
Pasada la medianoche fue a reclamar el maletín con los accesorios y luego de tanto ruego, uno de los dirigentes de los discapacitados, le devolvió el bolso. Grande fue la sorpresa de Álvaro cuando al abrir el contenido vio que no contenía, el cargador, los cables, la memoria, la tarjeta y otros elementos valiosos. El dirigente prometió que encontraría lo que faltaba en las siguientes horas, pero no cumplió con lo pactado.
Tras recibir el maletín sustraído, Álvaro y su padre, también reportero gráfico de profesión intentaron colocar la denuncia en la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen. Les hicieron deambular por todas las oficinas de esa repartición y al final les dijeron que nada podían hacer porque se les “cayó el sistema”.
Queda claro que los violentos buscan el anonimato, la pasamontaña, confundirse entre la masa, pero las fotografías son elocuentes y pintan de cuerpo entero a quien en minutos pasó de las muletas a la normalidad y luego se convirtió en el cabecilla de los que no miden consecuencias.
El Diario mantuvo el equilibrio en todo momento y una línea de conducta que apunta al diálogo; intenta recuperar lo sustraído porque es un material valioso; condena los actos violentos vengan de donde vengan; pero mantendrá una postura firme para defender sus derechos y pedir sanciones a los violentos, recuperar lo que fue dañado y restituir lo que fue robado, porque eso corresponde en estricta justicia.
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