El oficio de recoger y difundir información -que no es otro el quehacer de los periodistas- existe desde hace miles de años, pues los historiadores los registran desde muy antiguo.
A lo largo de los innumerables laberintos de la memoria escrita, hallamos a estos hombres que buscaban datos, los llevaban lejos, los pasaban a otros por dinero o por simple afición.
La historia de los periodistas tiene que ver por supuesto con la historia misma de la circulación de información, es decir, el proceso que se inició en algún momento remoto en que alguien decidió que poseer un dato antes que otros era importante y hasta decisivo.
Para conseguir aquella información se hizo necesario afinar un sistema de correo que fuera eficiente, seguro y rápido.
Es así como los historiadores nos relatan que chinos, mongoles, persas, griegos instalaron sistemas de postas para transportar mensajes que primero fueron orales, después escritos en papiros, pergaminos, sedas, tablas de cera y finalmente papel.
El Imperio romano aprendió de todas aquellas experiencias y aseguró un sistema de circulación de información que resultó ser el que sentó las bases del correo moderno.
Los historiadores relatan en detalle las “mutatione” o “mansiones”, lugares de recambio de caballos y descanso de mensajeros. Y también de los “álbumes”, paredes donde se podía escribir mensajes.
Pero sobre todo de la célebre “Acta diurna populi urbana”, verdadero periódico que se fijaba cada día en lugares públicos y que fue instituida en el año 59 a.C. durante la administración de Julio César (se eliminó luego del reinado del emperador Probo, hacia el año 280 d.C.) (Enciclopedia Italiana, 184).
Aparecen ya las primeras menciones de la historia a los profesionales de la información: El praeco (pregonero) y el strilloni (voceador comercial) recorrían las calles de la ciudad.
El subrostrani era un profesional del rumor y de la información subterránea que vivía de vender noticias a los interesados.
Sobre los “subrostrani” escribe Horacio que “sin moverse del foro saben mejor que los generales las rutas por donde deben conducir sus ejércitos”.
Estos profesionales de la noticia incontrolada eran muy necesarios. El poder se mostraba implacable con cualquier violador de los cauces comunicativos por él establecidos (Vásquez Montalbán).
El derrumbe del Imperio romano, la oscuridad bárbara, la fragmentación que caracteriza a la Edad Media, no sólo no acaba con las ansias de más y mejores noticias, sino que por el contrario alienta la formación de un verdadero submundo informativo que contribuye sustantivamente al avance de la historia.
Con la formación de una burguesía cada vez más interesada en ampliar su campo de acción, el informante se vuelve ya indispensable.
Debe destacarse en el campo popular la tarea de los célebres trovadores caballerescos, juglares vagabundos, “vagantes” (juglares cultos), que tanto en plazas como cortes informan en sus cantos e historias sobre lo que pasa en el mundo.
“Al juglar se le ha llamado el periodista de la época pero la verdad es que cultiva propiamente todos los géneros: la canción de danza como la de burlas, el cuento como el mimo, la leyenda de santos como la epopeya'” (Hauser).
Pero los comerciantes ricos insisten en la búsqueda de información confiable y necesitan entonces de circuitos privados de recolección y envío de noticias. Es así como surge la leyenda de la famosa Casa Fugger que mantiene una verdadera agencia noticiosa que produce manuscritos, “fogli alla mano” u otros nombres, y que no son otra cosa que boletines informativos que son copiados y vendidos a altos precios en toda Europa.
El proceso será reforzado con la explosiva irrupción de la imprenta, el sistema de organización de la impresión que inventa Gutenberg en pleno Renacimiento, es decir, en la circunstancia histórica adecuada para su expansión tanto en lo cultural como en lo noticioso de urgencia.
Debe recordarse que hacia fines del siglo XV Europa se estremece ante el avance de los turcos y de hecho el primer impreso noticioso que se conoce es un informe sobre su avance y la caída de la ciudad de Caffa, en 1475.
Los poderosos, esto es, la nobleza y la Iglesia, comienzan a perder el monopolio de la información y se alarman al punto de reprimir a los protoperiodistas.
El papa Gregorio XIII, por ejemplo, ordenó encarcelar a quien editara información sin su permiso, lanzando la Bula IV “Contra fumigeratores nuncupatos menantes” en 1572. Y el papa Sixto V avanzó hasta llamar a los informantes profesionales “pestifiri uomini”.
En 1587 el “menanti” Aníbal Capello sufre la venganza papal con una severa sentencia: por difundir noticias consideradas falsas se le corta la mano, luego la lengua y finalmente lo ahorcan.
Para entonces ya los periodistas están claramente identificados: en Italia pueden ser “gazeteros”, en España “relacioneros” o “gacetilleros”, etc. y aun cuando no se les reconoce un espacio social adecuado, es evidente que conforman una comunidad reconocible con facilidad porque hacen lo mismo de siempre: recolectar información , procesarla o editarla, y venderla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario