No sé por dónde empezar. Tampoco sé por dónde terminar. Frente a la pantalla en blanco estoy en blanco.
La muerte es algo que todos esperamos, y hay casos en los que nos decimos a nosotros mismos que estamos preparados para recibirla. Pero nunca estamos realmente armados del coraje suficiente para soportar la muerte de los amigos más queridos.
El tiempo se puso triste en La Paz el viernes de la semana anterior, cuando Luis Ramiro fue internado en el Hospital Arco Iris de Villa Copacabana. Al día siguiente los cerros aparecieron inusualmente blancos porque el frío y el agua juntaron fuerzas en su estrategia de maravillarnos. Y todavía esos cerros siguen blancos para lastimar la retina del recuerdo, unida a la partida de un amigo tan querido.
Pienso: Luis Ramiro, y se viene la avalancha de momentos fragmentados. Las imágenes se pelean, en desorden, para entrar en el callejón de los recuerdos, como ovejas asustadas. Digo: "Moro Mayor”, en voz alta, para sentir mejor su presencia. Pocos saben que Luis Ramiro es también Moro, nuestro primer eslabón de identidad. A ambos nos pusieron Moro cuando éramos pequeños, a él su padre porque era hijo de "la morita”, doña Becha, y a mí porque llevaba ya nacido unos cuantos meses y no me habían bautizado. A falta de ser "cristiano”, seguía siendo moro. En Bolivia, hasta prueba de lo contrario, somos dos moros (además de algunos caballos), el Moro mayor que acaba de partir, y el Moro menor que se queda huérfano.
Las escenas de infancia podrían ser la más antiguas, aunque entonces no sabíamos que nuestros destinos se irían a cruzar tantas veces.
Pugna ahora por salir otro recuerdo. Veo a Luis Ramiro en el Cementerio Jardín, llorando desconsoladamente y tratando de echarse sobre la fosa donde acaba de bajar el ataúd de doña Becha, su madre, a quien idolatró toda su vida. Es un día de sol, los amigos lo retienen. Doña Betshabé Salmón de Beltrán le dejó a su Morito un legado enorme. Un ejemplo de entereza y fuerza de voluntad. Su historia es otra historia, enorme, muy rica. Algo hicimos juntos sobre doña Becha.
Publicamos en CIMCA un libro sobre Feminiflor, la pionera revista feminista que ella había creado y dirigido en Oruro en la década del 20. Y un documental: Dos mujeres en la historia.
Durante ese periodo Luis Ramiro era asesor regional de comunicación de la Unesco con sede en Quito, y cuando supo de los esfuerzos que hacíamos en CIMCA como la única institución no gubernamental de Bolivia exclusivamente dedicada a la comunicación participativa para el desarrollo, nos apoyó con un fondo semilla que nos permitió hacer muchas cosas importantes, con muy poco dinero.
Con Lupe Cajías organizamos en noviembre de 1988 el primer "Simposio internacional realidad y futuro de las emisoras mineras de Bolivia”, y lo hicimos en Potosí, donde debía hacerse, con participación de trabajadores de las radios mineras y de colegas que las habían estudiado y apoyado. Pocos meses después Lupe y yo publicamos Las radios mineras de Bolivia, el primero sobre el tema, recogiendo los testimonios y artículos de todos los que en aquel momento tenían algo que decir sobre la experiencia pionera de la comunicación participativa. A Luis Ramiro le debemos ese impulso.
En materia de trabajo era qonana, o sea, obsesivo compulsivo. A pesar de su trayectoria y su amplio conocimiento de la comunicación, cuando tenía que preparar un artículo o una ponencia empezaba con varios meses de anticipación recolectando todas las referencias disponibles. Su proceso de escritura era lento, ya que nunca pudo dar el salto de la máquina de escribir a la computadora, de modo que descansaba esa responsabilidad en Nohorita o en alguna secretaria. Escribía a mano o dictaba.
En todos los puestos que ocupó, allí donde estuvo, se esmeró en apoyar a quienes hacían cosas interesantes.
Varias generaciones de colegas dedicados a la comunicación están en deuda con su generosidad. Tan generoso que yo solía decirle: "eres una chica fácil”, pues era incapaz de decir "no” a nadie. Le pedían presentaciones, prólogos, entrevistas y él siempre aceptaba, aunque ello le tomaba cada vez más tiempo y energía y lo obligaba a postergar su principal proyecto, la investigación y libro sobre su padre, su madre y la Guerra del Chaco. Yo mismo fui uno de esos hinchabolas que le pidió una vez un prólogo, y fue tan generoso que estuvimos a punto de pelearnos cuando le dije que cortara los elogios excesivos que hacía de mi trabajo.
Hasta que pudo sostenerse sobre sus piernas fue un seductor de hombres y mujeres, fiestero y bailarín. Su esposa Nohora Olaya, compañera de tantos años, puede dar fe de esa manera que tenía de dejar la formalidad a un lado y con sus canciones y chistes alegrar a quienes lo rodeaban. Cantaba en quechua, aymara y hasta en guaraní con su querido amigo del alma Juan Díaz Bordenave. Con ambos y otros colegas (Washington Uranga, Daniel Prieto Castillo, Francisco Gutiérrez y Frank Gerace) pude compartir una semana memorable en Santa Fe, Argentina, el año 2005. Nunca habíamos estado antes todos juntos como en esa ocasión.
Durante varios meses, en el año 2013, José Luis Aguirre y yo estuvimos grabando en video a Luis Ramiro, con la intención de hacer un libro que pudiera completar aquel que se quedó en Mis primeros 25 años. Todos los jueves por la tarde venía Luis Ramiro a mi casa, se sentaba en un sillón frente a nosotros, y comenzábamos a interrogarlo, avanzando cronológicamente para ubicar mejor la evolución de su pensamiento. Teníamos en mano su tesis de maestría y su tesis de doctorado, cuyos directores fueron nada menos que David Berlo y Everett Rogers. Una formación de lujo la que tuvo en Estados Unidos con esos pensadores tan importantes, a los que, sin embargo, cuestionó con un pensamiento renovado.
Luego de una docena de sesiones, suspendimos la grabación porque Luis Ramiro se cansaba y él mismo nos decía que su memoria ya no le permitía recordar los detalles que le estábamos preguntando. No era justo someterlo a esa presión.
Estos tres últimos años en la vida de Luis Ramiro estuvieron llenos de homenajes y reconocimientos, lo cual nos alegró profundamente. No es frecuente ser profeta en su propia tierra, pero Luis Ramiro obtuvo el reconocimiento merecido, ya sea con la publicación de obras con selecciones de sus textos, o con honores, diplomas y medallas que recibía humildemente agradecido.
Su último libro importante fue La comunicación antes de Colón (2009), una investigación pionera que realizó junto a Karina Herrera-Miller, con el apoyo de Esperanza Pinto y Erick Torrico.
No sé que más decir, así a vuelapluma, punto final.
Hasta siempre, Luis Ramiro
José Luis Exeni Rodríguez (*)
Cuando parten los mejores, los más entrañables, quedamos no sólo consternados y rabiosos, sino también huérfanos. Es como si tocara el silencio. Es como si se apagara la luz. Así estamos hoy con la partida de nuestro Luis Ramiro. Así nos sentimos. Huérfanos de palabras, incompletos, tristes.
De Luis Ramiro comunicólogo hemos aprendido muchas cosas esenciales. Aprendimos a no renunciar jamás a la utopía, por ejemplo, como él invocaba en relación a las políticas de comunicación. Aprendimos también que no hay desarrollo sin comunicación. Y que no habrá comunicación sin democratización de la comunicación. Del precursor Luis Ramiro hemos aprendido tanto.
De Luis Ramiro periodista aprendimos, asimismo, que el periodismo no es sólo una profesión o acaso un oficio. Luis Ramiro nos mostró que el periodismo es un compromiso apasionado. Con esa convicción llevó desde muy temprano la tinta de imprenta en las venas. Y nos enseñó, sobre todo, que sin ética periodística, ese bien tan preciado como escaso, el periodismo no es más que mediocracia.
Pero sin duda el mejor legado que nos deja el amigo Luis Ramiro, el gran comunicador, es un legado de integridad, de afecto sin límites, de optimismo. Luis Ramiro nos inundaba con su calidez, nos inspiraba con su sonrisa. Nadie más comprometido con los principios. Nadie más generoso. Él nos enseñó a estar siempre cerquita, a cultivar los detalles, a reafirmar la amistad. Con él disfrutamos la alegría de cantar, de reír, de estar juntos.
En el festejo de su cumpleaños, en febrero pasado, sabíamos que podía ser el último. Claro que nos negábamos a aceptarlo. Maestros vitales e imprescindibles como Luis Ramiro debieran ser eternos. Ahora ya no estás físicamente entre nosotros, pero tu memoria, que es nuestra casa, late fuerte en nuestros corazones.
Por eso, desde el abrazo, con toda el almita, te digo gracias por haberme permitido crecer contigo, por haberme enseñado a ser mejor persona, por el privilegio de seguir tus pasos.
Hasta siempre, Luis Ramiro. O mejor: hasta pronto, amigo. Nos harás mucha falta. Te vamos a extrañar.
* Es comunicador social.
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