La portada del último número de The Economist lleva el título "Libertad de expresión bajo ataque". Si bien la expansión de internet y las redes sociales parece haber ampliado la capacidad de hacer oír voces como nunca antes, la publicación británica advierte de que el mundo atraviesa por un momento en el que las restricciones crecen día a día y con más fuerza.
"En cierto sentido,se trata de una edad de oro para la libertad de expresión", comienza el texto.Y cuenta que el teléfono inteligente puede llamar a los periódicos desde el otro lado del mundo en cuestión de segundos. Más de mil millones de tuits, mensajes de Facebook y actualizaciones de blog se publican diariamente.Cualquier persona con acceso a la internet puede ser un editor, y cualquiera que pueda llegar a Wikipedia entra en un paraíso digital.
Sin embargo, las organizaciones que defienden la libertad de prensa informan que hablar es cada vez más peligroso. Las restricciones a la libertad de expresión han crecido con fuerza.
El artículo señala que las amenazas se pueden agrupar en tres grupos:
En primer lugar, la represión de los gobiernos ha aumentado. Varios países han vuelto a imponer controles propios de la Guerra Fría o introducido otros nuevos.Después del colapso de la Unión Soviética, Rusia disfrutó por un tiempo de la libertad. Sin embargo, bajo el mandato de Vladimir Putin, "el bozal se ha ajustado de nuevo", apunta The Economist. Los principales canales de TV de noticias están controlados por el Estado o por los "compinches" de Putin. Varios periodistas que hacían preguntas incómodas fueron sido asesinados.
El líder de China, Xi Jinping, ordenó una ofensiva contra los medios después de 2012. El endurecimiento de la censura contra las redes sociales y las detenciones de cientos de disidentes se convirtieron en moneda corriente.
En Oriente Medio, la caída de los déspotas durante la Primavera Árabe dejó que la gente hablara libremente por primera vez en generaciones.Esto ha durado en Túnez, Siria y Libia, pero son lugares más peligrosos para los periodistas de lo que eran antes de los levantamientos. Por ejemplo, Egipto es gobernado por un hombre que dice, con cara seria: "No hagas caso a nadie más que a mí".
En segundo lugar, un preocupante número de actores no estatales se inclinan por los asesinatos como forma última de censura. Los reporteros que investigan el crimen o la corrupción en México son a menudo asesinados y torturados. El caso de los yihadistas también es alarmante: los extremistas del Estado Islámico han matado a decenas de periodistas.
En tercer lugar, hay una idea que se ha extendido: que las personas y los diferentes grupos tienen derecho a no ser ofendidos. Pero si tengo el derecho a no ser ofendido, eso significa que alguien tiene que vigilar lo que dices sobre mí o las cosas que considero importante, como mi grupo étnico, la religión o incluso creencias políticas. El poder de vigilar es a la vez amplio y arbitrario.
La intolerancia en el mundo occidental también tiene consecuencias no deseadas. Casi todos los países tienen leyes que protegen la libertad de expresión. Sin embargo, con la excusa de la seguridad nacional, atentan contra esa libertad.
Rusia condenó recientemente al blogger Vadim Tyumentsev a cinco años de prisión por promover el "extremismo", después de que criticara la política rusa en Ucrania.
"El discurso del odio" es otra manera de arremeter contra la libertad de prensa.Eso se ve, por ejemplo, en China o en Arabia Saudita, país que azota a los "blasfemos".
El artículo señala el ejemplo de Recep Tayyip Erdogan. El presidente de Turquía no tolera los insultos a su persona, a su fe ni a sus políticas.En el extranjero exige la "misma cortesía" y en Alemania la ha encontrado.En marzo, un cómico alemán recitó un poema satírico sobre él. Sorprendentemente, Angela Merkel, la canciller alemana, ha dejado que la acusación de Erdogan proceda.Aún más sorprendentemente,otros nueve países europeos todavía tienen leyes similares.
La libertad de expresión es la piedra angular de todas las libertades, la mejor defensa contra el mal gobierno. Los políticos deben ser sometidos a la crítica sin restricciones.Los que escuchan pueden responder a ellas.
El texto de The Economist resalta que la ley debe reconocer el derecho a la libre expresión. Las excepciones deben ser raras: la pornografía infantil debe ser prohibida, ya que su producción implica daño a los niños. Los Estados deben mantener algunas cosas en secreto: la libertad de expresión no significa el derecho a publicar los códigos de lanzamiento nuclear, por ejemplo. Igualmente, en la gran mayoría de los casos, sí debe ser respetada como un derecho del ser humano.
Facebook, Twitter y otros gigantes digitales deben, como organizaciones privadas, tener libertad para decidir lo que permiten que se publicará en sus plataformas.
El artículo concluye con un afirmación contundente: "Nunca hay que tratar de silenciar puntos de vista con los que no se está de acuerdo".
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