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viernes, mayo 22, 2020
Periódicos, el reto de reinventarse
Los periódicos dejaron de publicarse en la penúltima semana de marzo; estamos cerca de cumplir los dos meses sin circular diariamente en las calles. Claro, aún contra el aislamiento físico a que obliga la cuarentena total, desde hace dos semanas algunos periódicos, como La Razón, han vuelto a las calles, al menos tres días a la semana, y nadie tampoco ha dejado de trabajar en la versión digital de los medios. No es poco lo que está pasando y, por tanto, no es pequeño el desafío que tienen por delante los medios impresos: renovar su vitalidad como fuente de lectura cierta, creíble, y de reflexión de la realidad, apuntalan nuestros entrevistados.
El 6 de abril, la Asociación Nacional de la Prensa (ANP), entidad que agrupa a la mayoría de las empresas periodísticas del país, envió una carta a la presidenta Jeanine Áñez pidiendo de parte del Gobierno “acciones urgentes y extraordinarias de la administración gubernamental (…) para salvaguardar la supervivencia de los medios de comunicación de impresos de Bolivia; y, de manera particular, de los periódicos de circulación diaria”. Las razones para esta demanda, detalla la misiva, radican en el hecho de que la crisis de los medios impresos es “generalizada y de extrema gravedad”. Aparte de lo que considera “asfixia económica desde el Estado” a los medios impresos durante el gobierno de Evo Morales, y la crisis política de octubre-noviembre de 2019, la crisis sanitaria por el coronavirus terminó de descalabrarlos, advierte la ANP: como nunca había pasado, los periódicos dejaron de publicarse, cuando, afirma, la edición impresa equivale al “95 por ciento de su fuente económica de subsistencia”; de los medios impresos, señala, dependen directamente unos 1.000 trabajadores, y de manera indirecta, claro, centenares de otras. Como dijo a este medio el analista económico Horst Grebe, literal, “sencillamente los ingresos de los periódicos se han esfumado”.
Solo el 23 de abril, 17 días después, el Gobierno respondió favorablemente al pedido de la ANP, invitándola a reuniones para analizar la crisis de los periódicos. A la fecha, hasta donde se supo, y se sabe muy poco por lo delicado del asunto, hay un relativo avance en el diálogo periódicos-Gobierno.
Pero, ¿por qué los medios impresos, cuál finalmente su viabilidad?
Una razón que puede parecer polémica para los otros sectores empresariales es la referida a la naturaleza del periódico como empresa. Lo arguye la propia ANP en su misiva: “Los medios impresos de comunicación, Sra. Presidenta, son empresas atípicas. Son empresas de responsabilidad social antes que de lucro; eminentemente informativas antes que comerciales”; los medios de comunicación impresos, precisa el presidente de la ANP, Marco Antonio Dipp (director del periódico sucrense Correo del Sur), son más instituciones que empresas, empresas de “servicio social” por gestionar el bien social que constituye la información, y la “información más confiable”.
El 23 de abril, 80 intelectuales, escritores y artistas escribieron una carta a la presidenta Áñez pidiendo atención urgente al pedido de la ANP. La misiva pide que el Gobierno caiga en cuenta de que la crisis de los periódicos es de trascendencia, un hecho que “a pesar de ser muy importante para las sociedad boliviana, podría equivocadamente no parecer urgente”.
Los intelectuales insisten además en que la importancia de los medios impresos, y de la prensa en general, radica en su contribución al pluralismo para entender lo que pasa en el país: “Como usted bien conoce, señora Presidenta, la existencia y funcionamiento de la prensa es vital para las sociedades democráticas, tanto mejor si existe una amplia cantidad de medios públicos y privados de comunicación que representen una pluralidad de puntos de vista, lo que no ha sucedido siempre en nuestro país”.
Pero también alegan el valor reflexivo y cultural de la prensa escrita y que se trata de un bien no de élite, sino ciudadano: “nos permitimos llamar su atención sobre la urgencia de que el Estado pueda apuntalar a la prensa escrita boliviana, que por su naturaleza y características cumple una labor informativa de amplio calado y, además, destina importantes espacios a la difusión del pensamiento crítico y la producción cultural, que no es de exclusivo interés de un sector sino de todos los ciudadanos”.
Desde el lado de la ciencia social, la socióloga cochabambina María Teresa Zegada apunta hacia el valor documental e histórico de los medios escritos: “Los medios impresos son como un activo de la cultura de la humanidad; en este sentido, tienen un papel muy parecido al de los libros; si bien toda la era de la tecnología digital ha tendido a desplazarlos del centro del escenario, sin embargo, siguen siendo parte de ese patrimonio, y probablemente no desaparezcan por completo”. Es cierto, recuerda Zegada, la mayor rapidez y la facilidad de acceso a la información en medios digitales ha desplazado a los impresos, pero acaso, afirma, “la funcionalidad (de los periódicos) va a estar probablemente más orientada a ser herramientas de mayor reflexión”, cuando probablemente el periódico ya no sea tanto fuente de la noticia cotidiana, porque la gente acude más al internet, “pero sí encontrar en los periódicos un instrumento de reflexión, de análisis, de investigación”. Ahora, el que sea impreso no es garantía de que la noticia allí sea cierta por sí misma, insiste la socióloga, “algunos periódicos igual han caído en noticias falsas, aun cuando lleven firma impresa”. Como en todo medio, aquí sigue vigente el desafío de la veracidad, de la calidad de la información.
La analista Lourdes Montero, por su lado, reivindica la importancia del medio escrito en la construcción de la realidad. “Tienen una importancia vital, porque son la manera de construir información al margen de las noticias falsas; en este momento (de la crisis pandémica), por ejemplo, la población creo que podría recurrir a los medios impresos con la certeza de que (allí) la información es más responsable; ante la angustia de todas las fake news que circulan en las redes sociales, pueden ser (los periódicos) una medida de estar mejor informados y una certeza de que ha habido control de calidad en la circulación de esa información”.
Esta suerte de estabilización de qué es cierto y qué no, la certeza que necesita la gente, bien puede ser el plus de la prensa escrita, remarca Montero. En el caso de la actual pandemia, por ejemplo, cuando el mejor caldo de cultivo para la angustia social por el coronavirus son las noticias falsas, el medio impreso bien puede ser un antídoto: “Todo esto tiene que ver mucho con la emocionalidad y la forma en que ahora se la manipula, y los medios impresos podrían ser la forma de volver a tranquilizarnos, a centrarnos, a apelar a la racionalidad y a la información como un medio para una ciudadanía responsable. Esta pandemia no se combate con un Estado fuerte y disciplinador, sino con una ciudadanía informada y, por tanto, consciente de su responsabilidad, empoderar a la ciudadanía es clave en este momento, y los medios impresos son esenciales para eso; toda información responsable es clave para el empoderamiento de una ciudadanía”.
Desde la perspectiva de la ciencia política, en cambio, apunta el politólogo Marcelo Silva, hay al menos dos cosas contra las que juegan los medios impresos: una es la rapidez del mundo actual, “las sociedades se han vuelto mucho más exigentes en cuanto a la rapidez de la información, y eso hoy llega por las vías digitales; es indudable que los impresos no tienen esa rapidez”, y, la otra es la enorme facilidad del acceso a la información hoy a través del dispositivo electrónico, del celular; “la accesibilidad a la información hoy está en un dispositivo, que me permite a la vez hacer llamadas, tener control de mis horarios; la comodidad de poder llevar un dispositivo tecnológico tiene muchas más ventajas que estar transportando mi ejemplar de periódico”.
Un tema de debate, propone Silva, es si en este tiempo de parálisis de los medios impresos no se ha mostrado la “prescindibilidad” de los periódicos, que la gente igual se está informando sin los periódicos en las calles, aunque “da mucha pena decirlo”: La no “distribución de los periódicos no ha alterado la información en el mundo y mucho menos en el ámbito de la noticia importante en el país”.
Pero ya como “ventajas comparativas” que aún tienen los periódicos, añade el politólogo, primero hay que señalar la tradición de ciertos sectores de informarse necesariamente por los medios impresos, “que gozan de leer un periódico y que no les gusta leer la noticia en el ámbito de un dispositivo” electrónico, como el celular. Y lo segundo, acaso más sustancial, “el periódico tiene una ventaja al Twitter, Facebook y demás, es la capacidad de un análisis y de la ampliación de la noticia; yo cuando leo un periódico me enfrento no solamente al hecho noticioso, sino a la capacidad de análisis, contextualización, antecedentes que puede dar la noticia. Si yo quiero la noticia rápida, acudiré a los medios (digitales), pero si yo quiero adentrarme en la noticia, tener criterios de reflexión, tener algún tipo de mayor profundidad, creo que esa es la única ventaja comparativa que hoy día tienen los medios impresos”, concluye el politólogo Silva.
Ya desde el ámbito económico empresarial, la ANP apunta, insiste su directivo Dipp, en que es falso el debate de que el pedido de los periódicos al Gobierno sea la disputa de la torta publicitaria o que se busquen perdonazos en el ámbito tributario o subvenciones; lo que se busca, señala Dipp, es que haya “una apertura para que los periódicos encuentren cierta oxigenación, y puedan pasar esta crisis, y ya cada uno, en el marco de sus posibilidades y expectativas y de su propia realidad, verá de qué manera puede afrontar el futuro y los desafíos de la crisis mundial de la prensa escrita, y de los desafíos que tenemos en el proceso de la transformación digital”.
Coincide el economista Grebe en que hay la necesidad objetiva del apoyo gubernamental a los medios impresos, “como están haciendo en muchos países, porque finalmente aquí hay un aspecto de lógica: la pandemia ha llegado al país sin pedir permiso; pero el confinamiento, la cuarentena la ha dictado el Gobierno, por una causa absolutamente justificada, pero al mismo tiempo el Gobierno debería tomar las medidas de apoyo. Se sabe que tiene poca holgura fiscal, pero dentro de sus prioridades de apoyo al funcionamiento del sistema de comunicaciones del país, cuyo mayor baluarte son los medios impresos, debería haber un respaldo económico financiero”.
Y lo mismo que el presidente de la ANP, Grebe remarca que el apoyo estatal no es tanto la contratación de publicidad, sino algo más estructural y, nada priva decirlo, una decisión política de cultura democrática: “Se supone que el Ministerio de Comunicación tiene una muy reducida partida para la publicidad oficial, pero no es esa cuenta la que interesa, la que interesa es la que pueda hacer funcionar el Ministerio de Economía y Finanzas, de donde proviene la posibilidad de un apoyo fiscal, se trata de un apoyo fiscal a los medios de comunicación impresa por razones de necesidad política y de equilibrio en la información; no basta que la información esté únicamente en las pantallas de televisión y en las redes sociales”, enfatiza el economista.
Presente y futuro de los medios
Claudio Rossell Arce, periodista y docente universitario
La pandemia del COVID-19 ha llegado para trastornar la vida como la conocíamos hasta inicios de este año. La cuarentena obligada (para quienes pudieron y pueden quedarse en casa) y combatida (para quienes necesitan ganar el sustento diario… a diario), ha cambiado de manera trascendente las reglas del mercado, lo cual, en el mundo de los medios no solo no es la excepción, sino que, particularmente para los impresos, supone el reto monumental de superar la caída en picada de los ingresos por publicidad, pero también por circulación e incluso por promociones comerciales.
La crisis sanitaria ha precipitado un proceso que viene de inicios de siglo, cuando el uso de internet comenzó a masificarse: la creciente crisis económica de los medios “tradicionales” y su posible desaparición, al menos en la forma en que les conocemos. Baste con recordar cómo hasta hace una década o un poco más, la circulación diaria de periódicos y otros impresos daba sustento a centenares de personas.
La explicación, fácil de enunciar pero no necesariamente de explicar, está en una paulatina, pero cada vez más acelerada transformación en los modos en que los individuos consumen información, que ésta es producida y puesta a su disposición. A simple vista es cada vez menos necesario pagar por acceder a noticias y relatos periodísticos; pero, bien mirado, el fenómeno puede tener un importante impacto en los derechos a la libertad de expresión, a la información y hasta al de la libertad de prensa.
¿Están, entonces, los medios tradicionales condenados a la desaparición? La respuesta fácil podría apuntar en sentido de que la emergencia de la “autocomunicación de masas”, como el sociólogo español Manuel Castells ha llamado al fenómeno que hoy se vive cotidianamente en las interacciones a través de los “medios sociales” (comúnmente llamados “redes sociales”), hace pensar que la función de mediación social, tradicionalmente atribuida a los medios de comunicación, está en franco retroceso.
Sin embargo, una mirada más reflexiva, que parte de la vieja idea de que un medio de comunicación “es un equipo de trabajo organizado en torno a un instrumento con la finalidad de difundir, aproximadamente al mismo tiempo, el mismo mensaje a un cierto número de personas”, como bien resume el teórico del periodismo Lorenzo Gomis, saca a la luz otro elemento: la necesidad de un ejercicio profesional del periodismo.
En tiempos cuando la desinformación parece ser la norma y la reacción natural de las personas es compartir aquello que resulta más llamativo o que confirma los propios prejuicios sin preguntarse si es verdadero o no, como ha demostrado hace un par de años un extenso estudio del MIT sobre el comportamiento de los usuarios de Twitter (una noticia falsa tiene siete veces más probabilidades de ser replicada que una verdadera), el trabajo de selección y confirmación de datos, el procesamiento de éstos en forma de relato periodístico, o de “interpretación sucesiva de la realidad”, como le llama el ya citado Gomis, solo puede estar en manos de profesionales de la información, y éstos (con muy pocas excepciones, si las hay) necesitan un marco institucional que solo un medio de comunicación bien establecido y con recursos suficientes les puede brindar.
Los medios impresos, pues, deben transformarse. Probablemente sea inevitable que deban pasar del papel a las pantallas. La transición está siendo dolorosa y traumática, particularmente para las y los periodistas, que ven cómo su mercado laboral se empequeñece a medida que las nuevas reglas del mercado publicitario y el comportamiento de los anunciantes también imponen severos recortes a los ingresos por concepto de avisaje.
La experiencia de grandes medios como The New York Times, El País u otros de similar tamaño e importancia relativa demuestra que el paso del soporte analógico al digital está siendo particularmente difícil especialmente en términos de sostenibilidad; y sin embargo no parece ser razón para descuidar la calidad periodística, sino todo lo contrario.
Toca que en nuestro medio tanto las empresas periodísticas, como sobre todo las y los profesionales del oficio asuman este nuevo contexto, comprendiendo que las estrategias de marketing solo serán viables si se acompañan de un ejercicio riguroso y comprometido del periodismo, donde no es razonable confundir noticia con opinión, ni mucho menos socavar el derecho a la libre expresión de las y los colegas.
Iván Bustillos es periodista de La Razón
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