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lunes, diciembre 19, 2016
Jorge Arias: ¿Por qué no voy a ver una vez más a mi hija?
Habla muy bajito, casi no se lo puede escuchar. Jorge Arias, el hombre fuerte de la televisión, el que surgió desde abajo y logró construir una empresa junto a sus familia, ahora intenta seguir viviendo. Se hace miles de preguntas. No consigue dormir en las madrugadas. Desde hace 20 días ha visto amaneceres soleados, nublados y lluviosos. El recuerdo de su niña: dulce, noble y callada (como él la describe) lo golpea en cada uno de sus instantes. “Ahora tomo ansiolíticos. Me despierto igual de madrugada, pero puedo volver a conciliar el sueño. Algo ayudan”, confiesa.
“El avión, los segundos o minutos antes del impacto, que el piloto nunca hubiera dicho que estaba en problemas, si el impacto fue repentino o si hubo segundos de sufrimiento… Todo puede pasar, pero cuando me detengo a pensar que nunca más voy a ver a mi hija, esa es la parte crítica. ¿Por qué no la voy a ver una vez más? Entonces, es cuando nos damos cuenta de que la muerte es el límite de la vida y que caminamos todos los días con ella; que convivimos con la tragedia, como si esta esperara que tropecemos”.
Nos recibió en su oficina. Ya no quiere dar entrevistas, pero accede a este diálogo. Fue una conversación en la que él vació todo lo que vivió desde el momento en que supo de la tragedia y se fue a Colombia con el único objetivo de traer de vuelta a casa a su pequeña. Supo la noticia de madrugada y partió a Medellín al día siguiente, en el primer vuelo que encontró. Junto con él viajó su hijo Junior y la mamá de Sisy. Ella partió segura de que vería a su hija con vida.
Al llegar a Colombia, un sicólogo y un vehículo los esperaban. Les preguntaron a dónde ir y la mamá de Sisy quería recorrer los hospitales en busca de su niña. Fue uno de los picos de dolor, porque Jorge y su hijo tuvieron que decirle la verdad: la joven piloto ya no estaba. “Yo no quiero ir a un hotel, quiero buscar a mi hija”, decía esta mujer fuerte. “Entonces, la pega nuestra, que ya sabíamos lo que había pasado, fue decirle que todo había terminado. Ella preguntó: ‘¿Ya la tienen? ¿Ya la han identificado?’. Entonces la vi quebrarse”.
En Colombia, el hombre de voz grave, que presenta noticias desde los años 80, se limitaba a acompañar las gestiones de su hijo mayor, Junior. “Él lloraba cuando no lo veíamos y cuando aparecíamos nosotros, estaba firme como soldado. Sus ojos iban a saltar de rojos, pero él estaba firme, tranquilo. Llamaba por teléfono, decía lo que teníamos que hacer. Yo solo miraba, parecía un idiota”.
El límite del dolor
Medellín era el lugar del reencuentro con Sisy, pero tuvieron que esperar tres días hasta ver su cuerpo. “Fueron los tres días más largos de mi vida”. Allá vivió lo que él describe como el límite del dolor, cuando la herida sangra, pero ya no quedan fuerzas para llorar. Ellos, la familia Arias, habían presionado para que les entreguen el cuerpo de la copiloto del vuelo de LaMia. No fue sencillo y el temblor de sus cuerpos reflejaba la angustia que sentían, la ansiedad de abrazar a su pequeña, la niña que subió al avión cargada de ilusiones.
“Yo sabía lo que le iba a decir, pero cuando entré ¡no supe lo que pasó! Recuerdo que yo escuché los gritos más terribles de mi vida, que yo jamás di. Me asusté a mí mismo. Tenía la impresión de que hablándole bien fuerte, de repente me podía escuchar. Le dije: ‘Papa vino a buscarte, vino a recogerte y hubiese ido al fin del mundo para llevarte a casa, ahora vamos a casa...’ Pero, obviamente no me escuchaba. La veía, sus manitos…Estallé y no sabía qué iba a hacer, que grité hasta quedar ronco. Después de haber visto que ya no nos escuchaba, ya no nos esperaba… Le dije a su mamá: ‘Vamos’. Ya su mamá y su hermanito habían estallado también. A eso yo lo llamo el límite del dolor: cuando usted siente que se desangra, pero ya no tiene aliento para llorar, porque está adormecido”.
Tras ese encuentro tan terrible, Jorge dijo que salieron y pidió ir a un lugar donde hubiera mucha gente, a sentarse y tomar algo. El sicólogo, cuyo papel fue fundamental, los llevó a un lugar muy concurrido. Cuando subían las gradas para ir al restaurante, se cruzaron con una joven, “era igualita a mi hija”. Se la mostró a Junior y ambos se quedaron mirándola. Cuando llegaron al restaurante y se sentaron en una mesa, muy cerca de ellos, se sentaron dos muchachas. “La que estaba frente a nosotros era igualita a mi hija. Sus labios eran Sisy, su nariz era Sisy, sus ojos eran Sisy. Junior me dice: ‘Papá, mire eso’. Yo la miré y me daba vergüenza porque no quería ofenderla. Miraba para otro lado y volvía a mirarla. Entonces le dije al sicólogo: ‘Creo que mi hija nos está persiguiendo, no quiere que nos vayamos…’. Fue rarísimo, muy coincidente”.
“Cuando volvimos, ya había un viceministro boliviano y se celebraba una misa por las víctimas del vuelo. Queríamos volver ya a Santa Cruz, pero nos dijeron que lo haríamos al día siguiente”. Retornaron a bordo del avión Hércules de la Fuerza Aérea Boliviana. Ellos, los tres, tenían pasajes en Avianca, pero estaban convencidos de que no iban a dejar sola a Sisy, así que llegaron junto con ella y con los otros tripulantes fallecidos.
La niña de su corazón
Junior y Carly Arias volvieron a trabajar en los noticiarios de Gigavisión, Jorge volvió a los titulares. Están intentando volver a tener una vida normal, pero cuando este padre vuelve a su casa, aún escucha la voz de Sisy: “Pa, no se olvide de esto”; “Pa, no se olvide de sus medicamentos”. Ella siempre estaba pendiente y sabía que su papá no era muy disciplinado con los horarios de su medicación para el corazón.
A veces, Jorge se sentaba al lado de Sisy y le preguntaba qué había hecho. “A veces, tenía que sacarle con tirabuzón, porque ella era muy callada, pero también noble y generosa”. Si veía a alguien con necesidad en la calle o en cualquier lugar, le daba todo lo que tenía, sin importar si eran sus zapatos. Se conmovía. Hace un par de años asistía a una iglesia y después a otra que estaba en formación. Fue entonces cuando le contó a su papá que en el templo faltaban aires acondicionados y que los niños se fatigaban. “Creo que ella compró algunos”, dice mientras esboza una sonrisa.
Sisy Arias comenzó estudiando Administración de Empresas y después probó con Derecho, pero ninguna de esas carreras la llenaban. Por eso optó por Medicina y le fue bien, tenía buenas calificaciones. Pero un día, después de un viaje, dio muchas vueltas para confesarle a su papá que quería ser piloto de aerolínea y que para eso tenía que estudiar, primero para ser piloto civil, después comercial, después hacer un curso de multimotor y otros más, hasta llegar a una gran empresa donde soñaba con especializarse en un tipo de avión. Optó por inscribirse en una escuela en Santa Cruz, pero su papá le dijo que no, que se fuera a EEUU porque era más seguro. Ella objetó por el precio de la formación, pero ante el impulso dado por su familia, se fue y terminó su formación. Ese era su sueño, su más caro anhelo.
Al concluir, buscó una oportunidad en BoA, aunque fuera como extratripulante, y no lo consiguió. Postuló a LAN y aprobó los exámenes, pero no pudo pasar cuando le preguntaron qué hacía en su tiempo libre, y ella dijo que estaba con sus hijos, cocinaba y leía. En LAN le dijeron que en la sicología del piloto, preferían a alguien que no piense en su familia, sino en volar. “Yo le dije que ahí no se acababa el mundo”, recuerda Jorge.
Comenzaron un proyecto familiar y mientras este se encaminaba, apareció LaMia en el radar. “El que la contactó fui yo, porque conocía a Vacaflores que había sido tripulante de Aerosur. Él me contó cosas hermosas de LaMia, que estaban haciendo vuelos chárter, emergiendo como empresa, que lo único que no tenían era plata. También me habló del avión, que era bueno y que estaba bien equipado… Pero, indudablemente, todo funciona con combustible”.
Ella estaba muy ilusionada, porque quería hacer horas de vuelo, porque al ser una empresa de vuelos chárter, eso no impediría que siga con el otro emprendimiento. En enero debía ir a Suiza para hacer un curso e iba a ser certificada por la DGAC. “Con eso ella estaba feliz. No era plata lo que necesitaba, sino construir la carrera que había soñado con tanta pasión”.
Una herida sangrante
Al principio, Jorge no pensaba en el tema, pero ahora concluye: “Hay culpables, hay culpables. Creo que es coincidente el criterio de que iba con problemas de… ¿Qué nombre bonito se le podrá poner? Miseria suena muy feo, pobreza también, escasez…pero fue un problema de plata. El avión estaba en perfectas condiciones. Fue un problema de plata.
El piloto, excelente piloto, se sobreestimó y subestimó los factores que él no controlaba. Y eso costó la vida. Él tenía que haber aterrizado o en Cobija o en Bogotá y no lo hizo, porque claro, el aterrizaje no es gratis y de repente no tenía plata en el bolsillo o de repente la empresa no tenía disponible. Ya estoy hablando de memoria…De repente llegando a Medellín le iban a pagar el 50% y con eso iba a poner combustible y pagar el aeropuerto.
¿Y en su corazón qué deja eso, hay perdón?
No sé qué hay, no sé. Lo que sé es que hay una herida muy profunda. Son 71 y yo solo estoy pensando en la mía. Cada uno llora a su ser querido. Yo creo que al final habrá una acción judicial. No me corresponde decir quién es culpable. Pero habrá una acción legal y esa acción va a tener mucho que ver con Aasana, con quienes aprobaron ese plan de vuelo que no se podía aprobar, no había cómo”.
¿Ha pensado en iniciar una acción?
“No lo sé. La Sisita tiene dos niños y su papá. Es muy posible que el papá, en representación de los niños, se adhiera a una acción legal. Eso no tiene que volver a repetirse. No puede ser una persona tan irresponsable. Una persona definiendo la vida de más de 80 personas. Pobrecito el piloto, tan buen piloto. Y malo en el momento en que le falló a la responsabilidad. Se sobreestimó, creyó que podía controlar la situación”
Hace un año, Jorge y sus tres hijos estaban en Europa. Al saber que Sisy ya no volvería, él le escribió en Facebook que ella se adelantó, pero que volverían a encontrarse. “Cuando nos golpea una cosa como esta, despertamos y nos damos cuenta de que vivimos como si nunca fuéramos a morir o morimos como si nunca hubiéramos vivido”.
Ella está con su familia
El adiós definitivo era impensable para Jorge. Él no quiso dejar a Sisy sola en el cementerio. Cremaron su cuerpo y ella descansa en una urna, en casa, junto a una fotografía en la que sonríe para siempre, de la misma manera que lo hace en el corazón de todos los miembros de su familia
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