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domingo, septiembre 21, 2014

Beltranistas o beltranianos. Premio a Luis Ramiro Beltrán.



Hay dos familias en las que el pensamiento y obra del orureño Luis Ramiro Beltrán Salmón —hombre octogenario, de mirada apacible, ceño nunca fruncido y manos abiertas para prodigar amistad— tiene el apego de sus seguidores.

Los primeros, los beltranistas, son aquellos que estudian su pensamiento y su trabajo tan prolífico así como retador para entrar en sus conceptos, en el análisis de sus planteamientos, la observación de sus variables y para ejercer una mirada crítica acerca de la viabilidad de sus ideas en el horizonte de las utopías por una comunicación liberadora.

Y los segundos, los beltranianos, son los que al conocer el alcance de sus enseñanzas y su pasión por la comunicación social asumen como propias sus banderas y las ondean anunciando en medio de cualquier entorno desfavorable que la comunicación es sinónimo de escucha, de inevitable vínculo con la práctica del diálogo, con su esencial proyección de esperanza, de exigencia de un sentido de humildad y servicio. Para los beltranianos, además, la comunicación está comprometida con el trabajo por la justicia social y el amor por los demás. Éstas son las ideas que forman parte del proyecto de vida que quisieran seguir.

Es inevitable reconocer que se empieza siendo beltranista para terminar siendo beltraniano. Se comienza escudriñando su trayectoria, auscultando sus textos, sus trabajos académicos y sus aportes conceptuales llegando a adquirir la condición de comunicador o comunicadora beltranista.

Pero lo que por la misma alquimia de su pensamiento se llega a adquirir es la condición de beltraniano. Aquí, sin fanatismos ni invocación a posturas fundamentalistas, se descubre el hecho básico, elemental y molecularmente revolucionario de que somos y estamos en el mundo gracias a la condición comunicativa. Ésta nos precede, nos hace ser en el hoy y proyecta nuestro sentido humano en el mañana. Estamos hechos, somos y venimos de y para la palabra. Investigación. El debut de Beltrán en la producción investigativa en el campo de la comunicación social parece particularmente original. Él mismo reconoce que gran parte de sus trabajos resultaron de “horas de sueño robadas al descanso”, es más, indica que para algunos de sus escritos pioneros carecía de la formación académica que después habría de recibir. Por otro lado, a diferencia de otros investigadores cuyos aportes han podido calar en sus comunidades científicas, él nunca tuvo una entidad o una función académica o técnica que le diera la posibilidad permanente de dedicarse al trabajo investigativo. Bajo estas circunstancias, Beltrán califica de prodigiosa su situación en la teoría de la comunicación cuando su producción intelectual estuvo siempre sujeta a la dinámica de las instituciones en las que trabajó. Es más, considera que le era más fácil contratar o emplear funcionarios para realizar trabajos que requirieran algo de investigación en lugar de llevarlos a cabo él mismo.

En oportunidad de recibir el reconocimiento de los comunicadores educativos de Latinoamérica en el Festival de Radioapasionados y Televisionarios realizado en Quito, Ecuador, en 1995, Beltrán exigió a los comunicadores tres condiciones fundamentales para que sus actos sean eminentemente revolucionarios. Éstas son: pensar, decir y hacer.

Éste es el caso del mismo Beltrán, quien como comunicador académico pensó, dijo y se comprometió activamente en el alcance de sueños de transformación social desde la comunicación social, por eso se lo considera uno de los padres fundadores del campo de la comunicación para el desarrollo en América Latina.

La constante teórica que se puede considerar central desde Beltrán es la de comprender, y hacernos comprender, que la comunicación social, más allá de un acto de circulación de mensajes, es un proceso liberador. No otra cosa puede ser la “comunicología de la liberación” según aprecian los autores norteamericanos Rita Atwood y Emile McAnany (1986). De esta noción deriva el concepto y la demanda de una “comunicación horizontal”, la que integra tres condiciones para ser efectiva: acceso, participación y diálogo. Esta triada crea los indicadores concretos para observar la práctica de una comunicación democrática en los procesos de circulación bidireccional de mensajes, además de devolver a la comunicación su condición humana.

Proceso. La necesidad de ver la comunicación humana como un proceso más allá de lo mediático instrumental y devolverle su condición intersubjetiva impulsó a Luis Ramiro Beltrán a observar que el estudio metódico y sistemático de la comunicación —o sea la investigación— no puede estar exenta de su dimensión ideológica. O se investiga para contribuir a los procesos de cambio en la sociedad o se investiga en pro de un statu quo que tras el ropaje de la objetividad empírica consolida intencionalmente su ceguera para comprender la sociedad y la integralidad de los procesos de comunicación que allí operan.Luis Ramiro Beltrán, quien tuvo en la Universidad de Michigan como su profesor a Everett Rogers, principal representante de la teoría de la difusión y adopción de innovaciones tan difundida desde entonces, fue alentado por éste para que articulara sus ideas críticas en su estudio de graduación doctoral que planteó una pregunta sugestiva: Comunicación en América Latina: ¿persuasión para el status quo o para el desarrollo nacional? (1970). La principal denuncia que expuso fue la de observar que la práctica de la investigación social de la comunicación en América Latina, fuera de tener un rezago de por lo menos diez años después de su inicio en los Estados Unidos, tenía tal influencia en los investigadores locales que éstos adoptan premisas, métodos y técnicas de investigación de modo acrítico.

Contextos. Lejos de esta postura, para Beltrán la meta debía ser desarrollar una ciencia social basada en los contextos de la región o por lo menos una ciencia que adapte las teorías y métodos para estudiar situaciones estructurales en contextos necesariamente sociopolíticos. Beltrán ya había marcado su actitud crítica hacia los enfoques teóricos que él mismo aprendía en los centros de formación de Norteamérica e hizo conocer su postura a partir del trabajo Comunicación y modernización: el caso de América Latina, presentado en la 11ª Conferencia Mundial de la Sociedad para el Desarrollo Internacional realizada en Nueva Delhi en noviembre de 1969.

En abril de 1978 descolló en una charla en la Escuela de Ciencias de la Comunicación Social de la Universidad Anáhuac de México señalando que era necesario observar desde la práctica que la producción investigativa en comunicación social hacía imposible la comprensión de la realidad latinoamericana. Así, argumentó: “...en las Ciencias Sociales, se investiga muchas veces como si no hubiera sociedad, o sea, hay un gran sesgo hacia el individuo, a tal punto que se pretende tácitamente que éste funcione aislado, un poco parcial, alejado de su propio contexto”.

Su observación, por un lado, cuestionaba el trabajo de la corriente funcionalista adoptada como un modelo de pensamiento y que asumía como misión central contribuir a la adaptación o ajuste a un sistema dado. Y, por otro, hacía ver que la labor pragmática de los seguidores del modelo de difusión y adopción de innovaciones había tomado una postura tecnológica y marcadamente modernizante para hablar de desarrollo en los países dependientes dejando al margen la comprensión de la base social e histórica de esas sociedades. Beltrán llegó a esta constatación después de estar convencido por el enfoque difusionista en el que trabajó en sus primeros años como técnico en producción audiovisual, ligado a la comunicación agrícola y la formación de extensionistas rurales.

Con esas premisas, Beltrán propone construir una base conceptual propia y a ella aporta significativamente esta definición: “La comunicación es el proceso de interacción social democrática que se basa sobre el intercambio de símbolos por los cuales los seres humanos comparten voluntariamente sus experiencias bajo condiciones de acceso libre e igualitario, diálogo y participación” (Un adiós a Aristóteles: la comunicación horizontal, 1980).

Y otro concepto perenne en el campo de la planificación estratégica de la comunicación y que deja ver la responsabilidad de los estados para que la comunicación social y las dinámicas de la información sean recursos para generar cambio social, es el de las Políticas Nacionales de Comunicación (PNC). Beltrán la definió: “La política nacional de comunicación es un conjunto coherente de principios y normas delineados para guiar el comportamiento de las instituciones en un país”. La comunicación ingresaba así al escenario y planteaba a los estados el reto de “establecer la multiplicidad de fuentes de información en múltiples sentidos para superar la unidireccionalidad de la información” (UNESCO, 1974).

Orden. Beltrán también ha estado presente en los debates sobre el Nuevo Orden de la Información y Comunicación, tan discutido en los años 80, así como en la aproximación a la noción de derecho a la comunicación que figura en el célebre Informe MacBride traducido en 1985 como Un solo mundo, voces múltiples. Éste es hasta hoy el más amplio estudio sobre el estado de la comunicación e información mundial impulsado por la Unesco y que ratificó las inequidades que denunciaba Beltrán desde los años 70.

La crítica, la denuncia, la actitud de disconformidad ante la inequidad social fueron la base sobre la que Beltrán estructuró su pensamiento por una comunicación liberadora. Así, este boliviano trajo a su país en 1983 el mayor mérito al recibir el Premio Mundial Marshall McLuhan-Teleglobe del Gobierno de Canadá, equivalente al premio Nobel en el campo de la comunicación social.

Con su trabajo y filosofía de la comunicación invita a comprender que la magia de este proceso se sintetiza en experimentar el amor por el otro a partir del don de la palabra, razones suficientes para que uno se haga beltraniano.

Beltrán será premiado con la Medalla de Oro de Ciespal

EL Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (Ciespal), con sede en Quito, otorgará la Medalla de Oro, la más alta distinción de esta organización al comunicólogo boliviano Luis Ramiro Beltrán Salmón.

Este reconocimiento al mérito comunicacional será entregado por el director de Ciespal, Francisco Sierra Caballero, el martes 23 de septiembre en un acto coorganizado por las cátedras “Luis Ramiro Beltrán” de la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana San Pablo y la Cátedra IPICOM (Instituto de Investigación, Posgrado e Interacción Social en Comunicación) de la carrera de Ciencias de la Comunicación Social de la Universidad Mayor de San Andrés. El acto tendrá lugar en el Paraninfo de la Universidad Católica Boliviana San Pablo a las 18.00.

Ciespal —centro de referencia continental en la formación, estudio y documentación de la comunicación social— otorga este reconocimiento a aquellos latinoamericanos que se destacan por su contribución al campo comunicativo y a la consolidación de una visión comprometida con una comunicación en beneficio de la sociedad.

Beltrán recibió el máximo reconocimiento del Estado boliviano en 1983, el Cóndor de los Andes. Ese mismo año, fue el primer galardonado con el Premio Marshall McLuhan-Teleglobe de Canadá, creado para destacar la obra o acción que haya contribuido de manera excepcional a la mejor comprensión de la influencia de los medios y la tecnología de la comunicación en la sociedad en general, y en su vida cultural, artística y científica en particular.

La Universidad Católica Boliviana lo distinguió declarándolo Doctor Honoris Causa en 1984. Y en 1999 instituyó una cátedra que lleva su nombre. Esta casa de estudios superiores es depositaria del mayor centro de documentación de la producción intelectual de Beltrán y de los estudios hechos sobre su obra. La Sala Beltrán, en la Biblioteca Central, está abierta al trabajo de investigadores y estudiosos.

Su amplia producción intelectual difundió experiencias como la de las radios mineras y las radios populares y comunitarias de Bolivia. Produjo documentos que se consideran medulares para la comprensión de la Escuela Crítica de la Comunicación en América Latina. Everett Rogers, uno de sus maestros durante su formación académica en la Universidad de Michigan, Estados Unidos, reconoció la influencia del pensamiento de Beltrán sobre su propia obra.

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