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lunes, septiembre 15, 2014

Cuando el periódico castigaba a la gente

Segunda mitad del siglo XIX. La ciudad de La Paz es una pequeña urbe concentrada alrededor de su plaza principal. Su población no sobrepasa las 10.000 almas. La capital se caracteriza por estar construida entre ríos y quebradas. Sus calles son estrechas y accidentadas, en las que se erigen caserones, cuyo tamaño responde a la importancia de la familia que la habita.
Tras la Guerra de la Independencia (1809 -1825) aún se mantiene un núcleo elitario formado con la época colonial. "Es una herencia que dejó la Colonia española”, señala la historiadora Clara López.
Esta clase está formada, en su mayoría, por terratenientes, propietarios de grandes extensiones de tierras dedicadas a la producción de alimentos, en zonas rurales, como Poto Poto (hoy Miraflores), Saillamilla (Obrajes) y otras.
Como toda élite sabe leer y escribir y es buen espacio para el desarrollo del primer medio de comunicación masivo: el periódico. La imprenta llegó a Bolivia en 1825, pero en La Paz recién comienzan a aparecer los primeros diarios, en los que se destacan los anuncios pagados, a través de los cuales se puede llegar a muchos lugares y muchas personas para demandar servicios, ofertar propiedades y productos, pero también – se da cuenta la élite – para reforzar y fortalecer las normas de comportamiento que tiene para garantizar su convivencia social.
Así, a modo de "aviso”, denuncia la estafa, el abuso de confianza, el robo, las deudas impagas, suplantación de identidad y todas las "faltas” que cometían ciertas personas. A veces con mensajes demasiado explícitos, otros con cierto reparo, señalando sólo las iniciales del "infractor”.
"Es la pena social, que viene desde antes, con los duelos, por ejemplo”, explica López.
"Como el periódico llega a más gente, se puede ventilar los problemas privados para convertirlos en tema de opinión pública con el objetivo de agilizar la justicia. En ese entonces se pensaba que tal vez poniendo a la gente colorada se podía corregir ciertas faltas”, añade la historiadora.
En su libro Añejerías publicitarias de La Paz 1873 – 1908, la bibliotecaria y costumbrista Elizabeth De Col recopila más de 1.500 anuncios publicados en los periódicos que entonces circulaban en La Paz: La Reforma, La Patria, El Comercio. En dichos periódicos se evidencia cómo se aplicaba esa pena social.
"Un advertencia a tiempo. Sé que mi padre el Dr. José Antonio Soria trata de vender los bienes de los menores María, Carmen y Zenón Soria pertenecientes a mi finada madre Da. Manuela Monrroy, como son una casa en el barrio de la Recoleta (…) y las fincas Amachuma, Salapampa y Quilina (…) Parece que mi padre no contento de haberme reducido a la miseria en que me hallo por haberme usurpado mis bienes (...) trate todavía en día claro y ante todo el público de disponer arbitrariamente de lo que no es suyo nada mas por ser abogado”, denunciaba en 1883 una mujer llamada Juliana Soria.
Pero los problemas de propiedad no sólo se presentaban entre padres e hijos, sino también entre esposos. En 1904, Saturnino Quispe publicaba lo siguiente: "Pongo en conocimiento del público en general que mi esposa Isabel Mamani de Quispe no puede enajenar ni celebrar contrato alguno, sin mi consentimiento y autorisación (sic) sobre la casa que poseemos en la calle Tumusla de esta ciudad ni sobre ninguna otra clase de bienes”.
Y los intentos de estafa por parte de terceros eran motivo de alerta. Andrés Penny aclaraba desde Oruro en 1888 que "un señor Bourdarel, que se dice apoderado de los herederos del finado son Félix Augusto de la Ribette, ha publicado un aviso por el que informa al público que no puedo disponer de las minas de José Chico, Santo Cristo, la Tetilla, etcétera. Dicho señor, a quien no conozco, y cuyo paradero ignoro, no puede tener conocimiento alguno de mi contrato de sociedad con el finado señor de Ribette...”.
Otros sacaban a la luz pública el abuso de confianza de sus amigos. Juvenal Nates publicaba en 1873: "Estimado amigo (S.S.). Sírvase Ud. entregar a mi hermano Antonio Cusicanqui el reloj de oro que abusivamente lo tiene Ud. hasta ahora. Ya que mi prudencia no es suficiente mis cartas las haré presente a Ud. por ‘La Reforma’” (sic).
En 1882, la molestia por un estafador que embaucó a más de una persona llevó al siguiente anuncio en El Comercio: "Alejandro Venutti se llama el relojero italiano que ha venido a enlodar su patria, en esta ciudad cargando con cuanto reloj y dinero se le ha confiado incautamente, se promete un buen premio a quien de razón de su paradero, y se invita a nacionales y extranjeros a su captura, pues todos nos hallamos interesados en su castigo para escarmiento de los petardistas. Su filiación m.o.m puede reducirse a la siguiente: hombre grueso, de regular parar, colorado, buen taco, pecho graciento , porte y maneras asquerosamente cínicas. Perjudicados” (sic).
Puede ser que estos anuncios no hubieran logrado resarcir daños, pero ponían en evidencia y denunciaban a las personas que cometían abusos en contra de otras. Y como dice la historiadora Clara López, tenían el objetivo de "sonrojar a la gente” y darle una sanción moral para tratar de garantizar la convivencia social.

Estimado amigo (S.S.). Sírvase Ud. entregar a mi hermano Antonio Cusicanqui el reloj de oro que abusivamente lo tiene Ud. Ya que mi prudencia no es suficiente mis cartas las haré presente a Ud. por ‘La Reforma’.

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